viernes, diciembre 04, 2009

EL REENCUENTRO.



Recuerdo a mi madre entrando con la pequeña caja de madera, marrón oscura, agarrada con sumo cuidado por un asa estratégicamente colocada en su parte superior. Era yo bien pequeña y crecía con esa imagen puntual. Llegaba y se adentraba por el largo, estrecho y oscuro pasillo del piso de la calle Unión donde transcurrió toda mi infancia.

Seguía los pasos de mi madre cuando llegaba con ella, casi pisándole los talones, hasta la habitación. La colocaba siempre en una pequeña mesa camilla, la descubría y allí aparecía ella, radiante, como una princesa. A continuación, mi madre se santiguaba, y yo también, sin saber muy bien porqué, pequeña imitadora. Después me decía que la besara y yo seguía fielmente el ritual. Pasaba lo que a mí me parecían horas, mirándola, y le hablaba por si acaso me escuchaba, creía que era mágica por el modo en que la trataban.

Aquel vestido, rosa y azul, los ojos fijamente situados en el mismo punto y siempre mirando en la misma dirección. El niño cubriendo el hueco de sus brazos. Pero, sin duda, lo que me llamaba más la atención, era ver a una mujer tan bella, pisando despiadadamente a una serpiente. A eso no había derecho.

La tenía intacta en el recuerdo. Aquella caja que habían hecho sagrada, que iba de mano en mano, de una vecina a otra,de la señora Pilar a la abuela Dolores, de la abuela Dolores a la señora Carmen, de la señora Carmen a mi madre y de mi madre a la señora Pepita. Siempre el mismo trayecto a recorrer. Traía muchas esencias mezcladas, impregnadas en la madera. Era la caja de las velas encendidas, y de los duros y las pesetas almacenados que yo metía por una estrecha ranura porque me parecía lo más divertido del mundo. La caja de los deseos y de las peticiones. Una caja de fe.

Pensaba que nunca volvería a cruzarse en mi camino, hasta que la vida me llevó por unos minutos al mismo punto. Fue un reencuentro emocionante, aunque yo tenga en mi cabeza mi propia religión. No me pareció tan fascinante que como la veía con mis ojos de niña, pero igualmente captó poderosamente mi atención. No me santigüé, ni la besé, pero la miré con admiración. Volvió a espeluznarme la serpiente machacada bajo sus pies.

Movilicé el teléfono para demandar con urgencia una cámara de fotos, porque me la tenía que llevar de alguna manera, no sólo en el recuerdo. Es probable que sea la última vez que nos veamos, pero yo ya la tengo presente en una parte activa de mi cerebro, por si acaso no hay un nuevo cruce de caminos.

Pd:Marta, gracias por la foto.

2 comentarios:

Acróbata dijo...

Cuando era pequeño, hace muchos, muchos años, en el pueblo también había este ritual de ir pasando la virgen en su caja de madera y que cada vecino la tuviera una semana.

Un ritual casi místico, que en estos tiempos sería impensable.

Lorena dijo...

Acróbata: Pues sigue existiendo en la ciudad y en los pueblos. Yo alucino de ver que aún andan de paseo con las vírgenes, pero es bonito¿verdad?. Un abrazote!